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30 de octubre de 2012

La Muerte y la doncella


J.P. Lynch, Dead and the Maiden, 2010

Traducción de extractos de La jeune fille et la mort, de Céline Fons.

Nacimiento y evolución del tema
El tópico de la Muerte y la doncella hunde sus raíces en las antiguas tradiciones mitológicas: entre los griegos, el rapto de la diosa Core (Proserpina) por Hades, dios del Inframundo, es una de las fuentes más antiguas que se conocen.  A este primer encuentro de la doncella con la Muerte lo siguió rápidamente el sacrificio de Ifigenia, en el marco de las leyendas de la guerra de Troya, y por otros mitos etiológicos propios a la ciudad de Atenas.

Volveremos en detalle a estas leyendas fundacionales que unen a dos personajes antagonistas e inesperados, ofreciendo una base de inspiración a los futuros artistas. Pues es esta antigua visión la que se plasmó a finales del siglo XV convirtiéndose en el tópico de la doncella y la Muerte.  Este tema encontrará su cúspide entre los artistas alemanes del Renacimiento, pero se localizará también entre los poetas Ronsard e Hugo, y en las pinturas del Romanticismo del siglo XIX.  
A mediados del siglo XIV, la gran epidemia de peste diezmó cerca de un tercio de la población europea. Es lo que se ha llamado a menudo "el declive de la Edad Media", entre numerosas guerras y epidemias que afectan Europa. La Muerte se halla en el centro de lo cotidiano,  omnipresente en estos tiempos oscuros. Existe una verdadera fascinación por la gran segadora, de la que se guardan numerosos testimonios a través de los tópicos de la Danza Macabra, la Muerte y la doncella y el Triunfo de la Muerte. Esta obsesión se basa sobretodo en el esplendor de los vivos y la inevitable putrefacción que acompaña a la muerte. Sobre este contraste se apoya gran parte de la iconografía europea de la muerte. 
En casi todas las Danzas macabras figuraba ya un encuentro de la Muerte con una hermosa dama o una encantadora doncella; y también aparece una mujer joven en el tópico de las Tres edades y la Muerte. En ambos casos no existe traza alguna de erotismo. Con la Muerte y la doncella se creó un nuevo vínculo en la mentalidad de la época: se descubrió el oscuro lazo que existe entre la sexualidad y la Muerte, que más tarde estudiarían los psicoanalistas.  
En este tipo de representaciones, la doncella no es arrastrada a un baile, sino a un intercambio sensual, que se erotizará progresivamente con el paso del tiempo. La intimidad va ganando importancia. Sin embargo, a pesar de la sensualidad de este nuevo género, no se olvida la moraleja: se evoca siempre el carácter efímero de la vida, de la feroz belleza de la mujer. Su cuerpo, su rostro, sus cabellos y su pecho devendrán alimento para los gusanos. (...) 


Sentido y símbolos ocultos


Flor Marchita
¿A qué se debe esta profunda atracción por un sacrilegio como éste? ¿Por qué querer representar la muerta en el rostro de la juventud? "La Muerte y la doncella" es un tópico a la vez fascinante y chocante pues pone en escena lo impensable: la juventud enfrentada a la Muerte, fuera del orden natural de las cosas. la lógica pide que los padres partan antes que los hijos, que la Muerte se lleve a los viejos y a los enfermos, y la visión de la juventud en su esplendor y belleza no puede ser sino un crimen, una injusticia. ¿Cómo puede llevarse a quien no ha tenido tiempo de vivir? Esta imagen se ve reforzada por la imagen dulce e inocente de la joven muerta, que no parece merecer su trágico destino. No disfrutará de una boda, no conocerá el gozo de ser madre. Es un grito de revuelta e impotencia ante este drama.  
Pero al mismo tiempo, la Muerte la congela en su edad más bella, en la cúspide de su esplendor, y la doncella no conocerá el peso de los años, la decrepitud. No contará sus cabellos blancos ni recordará con nostalgia la época de su juventud. El tiempo se detiene y le da el poder de permanecer eternamente joven y hermosa en el recuerdo de los hombres.  Entre los antiguos griegos, existía el concepto de la "Bella Muerte" en la que se consideraba mejor morir joven y cubierto de gloria que viejo y amargado; se obtenía así la inmortalidad y la seguridad de que sus hazañas se citarían durante generaciones. ¿Acaso no se habla hoy del destino trágico de la joven Tarentina o de Ofelia? ¿Las imaginamos viejas y arrugadas al lado del fuego?
Erotismo
Pero el tópico de la "Muerte y la doncella" evoca también pensamientos más sombríos, como la visión de los gusanos moviéndose sobre un hermoso rostro en descomposición, o la sangre  corriendo de la herida en el cuello. Denuncia de la fragilidad de la belleza, pero también fascinación por lo mórbido que recuerda ciertos poemas de Baudelaire sobre la Belleza: aquella que lleva en sí la Muerte y la fealdad, a imagen de las Flores del Mal. ¿Una belleza mortífera? La joven y la Muerte recuerda la ambigüedad de la mujer, portadora de vida y de muerte, tal como la bruja. 
La muerte de la doncella mezcla dos conceptos que Freud llamó Eros y Thanatos, las pulsiones sexuales y agresivas, que están constantemente relacionadas. Los griegos contaban que los ancianos sacrificaban una joven virgen antes del combate, con el fin de excitar el ardor guerrero de las tropas. La joven recibe un corte en la garganta, que tal vez sea el nacimiento del pecho, lugar de seducción por excelencia. El sacrificio de una joven virgen es un acto erótico, aún más cuando la sangre corre y la asimilación de la ceremonia de inmolación a un matrimonio no se hace sin recordar una desfloración.  
Relacionar a la joven con la muerte, bajo la imagen de un espantoso esqueleto, es redefinir el vínculo con la sexualidad. Nacemos de un corte (con el cordón, con la madre...) y el acto sexual permite volver a la unión, a la armonía de los cuerpos, una especie de inmortalidad del instante. La pulsión de vida se alía a la de muerte, es el principio del acto creador que mezcla vida y muerte en su seno. (...).

Escribí en Sombras densas cómo nos asusta más el declive del cuerpo que la muerte. La evolución del tópico artístico de la Muerte y la Doncella me parece un buen ejemplo de la manera en que culturalmente somos capaces de dar la vuelta a un tema para escapar de nuestra sombra. Existen otras interpretaciones sobre el tema que la misma autora, Céline Fons, aborda en profundidad en su tesis de maestría: La Jeune Fille et la Mort:  le sacrifice volontaire dans les tragédies d'Euripide




20 de octubre de 2012

Sombras densas


Ramón Casas Carbó, La Sargantain, 1907

A finales de octubre las sombras ralentizan el paso y se vuelven densas como fantasmas que tocan levemente nuestras manos cuando caminamos por las calles en las que empiezan a amontonarse las primeras hojas caídas. La víspera de Noviembre se recordará a los que ya partieron, y la muerte ocupará un lugar en las mesas de los vivos, como una invitada de honor. Calladas o ruidosas, estas celebraciones pueden ser una manera de reencontrarnos con nuestra sombra, pero también de seguir huyendo de ella.

Hace ya algunos años, el Ciclo Anual  sigue a la semilla en su viaje de las profundidades a la superficie de la tierra y, después de la flor y el fruto, el regreso al origen. En el ciclo de la semilla este es el tiempo que se encuentra más allá de la madurez, el último tramo del camino de la superficie, la vejez. Tras la muerte vendrá la fase de la putrefacción, el desprendimiento último que permitirá una nueva germinación.
El pesar que puede causarnos la idea de la muerte, a menudo no es nada en comparación con el horror que nos supone el natural declive del cuerpo; el abrazo último del tiempo que nos devolverá a la desnudez de los huesos, y finalmente a la tierra misma, nos espanta al recordarnos nuestra fundamental vulnerabilidad. 

La Tierra nos recuerda que el tiempo que tenemos para andar sobre su superficie está contado y tarde o temprano volveremos al mismo limo del que nos levantamos. La Tierra nos recuerda también a la vejez, la enfermedad y el dolor que afectan a nuestro cuerpo físico y - aunque muy equívocamente -, con nuestra tendencia a los placeres "mundanos" y el sufrimiento asociado a nuestro apego a los mismos.

La Tierra es una gran maestra a la que demasiado a menudo se prefiere desoír, sus enseñanzas se desdeñan con frecuencia por parecer demasiado familiares o básicas, sin caer en la cuenta de que a penas conocemos la superficie del mundo que habitamos y de que poco podremos levantar sin una buena base. Nos ve correr como niños en nuestros juegos de aire, fuego y agua, sabiendo que cuando llegue el momento nos sentaremos a meditar en sus faldas y que por más que ese momento nunca llegue, agotados ya los días de nuestra vida, volveremos a su seno.

A pesar de su crucial importancia en el camino del aprendizaje, los procesos de descomposición suelen ser un punto ciego en la contemplación de los ciclos - salvo por aquellos que se detienen, fascinados, en ellos, produciendo un desequilibrio en el sentido contrario -.  La putrefacción, que no es otra cosa que un abandono y una disolución necesarios para entrar en el Inframundo e iniciar un nuevo ciclo, causa el mismo rechazo que la sombra y es, en cierta medida, la sombra misma que viene a enfrentarnos para rendirse a un bien más grande de lo que hemos encarnado hasta el momento.

Cuando la muerte ronda cerca, cuando algo en nuestro interior nos avisa de que necesitamos terminar con una situación, alejarnos de unas circunstancias, abandonar una antigua forma de vida, cuando la parte de nosotros que permanece despierta huele el final de algo, nuestras sombras se hacen presentes, más corpóreas y amenazantes que nunca, señalando el límite de nuestro viejo ser y preguntándonos, insidiosas, si seremos capaces de cruzarlo o no.  Si no estuvieran allí nuestro miedo, nuestra angustia, nuestros apegos, ¿quién temería al cambio? Y sin embargo, la sombras deben estar allí, y al menos una parte de ellas cruza con nosotros, y se reintegra como fortaleza en la siguiente etapa de nuestra vida.

Ya he escrito acerca del poco respeto que, a mi entender, se guarda a las sombras, sin embargo,  por su naturaleza a la Sombra le trae sin cuidado la clase de respeto que socialmente se le pueda ofrecer. Está ahí desde que el humano es humano, en sus sueños y pesadillas, habita las vidas de todos y cada uno, y desempeña su sagrado papel, tanto si se aprovechan las oportunidades que brinda como si no. Pienso en la sombra como en una criatura feral, un ser al que no se ha sometido - ni se puede someter- por medio de embellecimientos artificiales, una realidad a la que no se puede engañar ni disfrazar, algo que escapa del control de nuestro ego, algo con lo que este ego se golpeará una y otra vez o se tropezará una y otra vez hasta cascarse como un huevo; algo que está ahí para ser reconocido y superado.

Si algo se puede decir acerca de la sombra, es que nunca trataríamos de usarla para ganarnos la simpatía  de otros... No es un dolor de garganta, es una diarrea, no es una imagen romántica de tristeza y languidez, es la ira, la rabia, la culpa. Es la envidia insana, los celos o el deseo desesperado de poseer, el momento en el que perdemos el control, las palabras de las que sabemos que nos vamos a arrepentir escapando de nuestros labios, o aquél silencio que no rompimos y resuena en nuestra cabeza porque no nos perdonamos el haberlo consentido; la desconfianza, la maldicencia, la torpeza y la debilidad y la falta de ánimo; el dolor físico que nos golpea y ante el que nada podemos hacer... Es una imagen fea, horrible, que nos devuelve el espejo; ya sea reflejando un cuerpo que se marchita, o un ánimo envilecido con causa o sin ella. 

No es algo que usaríamos para ganar el amor de otros, porque nuestro trabajo nos cuesta superar la vergüenza que nos produce y aceptar que, sencillamente, es algo que está ahí y que podemos querernos a pesar de ello. Y sin embargo, es absolutamente necesario aprender esto. Conocer nuestras sombras, identificarlas, tratar con ellas, irlas redimiendo a medida que tenemos la posibilidad. Porque en la medida que conocemos nuestras propias sombras podemos despreocuparnos de aquellas que el resto del mundo pueda proyectar en nuestro camino.

11 de octubre de 2012

Viajero


Tiffani Gyatso, Taming the tamed horse, sf


Me gusta el momento en que volvemos a viejos lugares no para reavivar recuerdos queridos, sino porque en ellos nos aún nos sentimos bien. Me gusta cuando esto sucede con las personas, y las historias de cada quién suponen sólo una parte de lo que significa estar allí.

Cuando yo era joven, muy joven, la palabra "viajero" resonaba en mi interior con un brillo mágico. Hacíamos planes de los lugares a los que iríamos, imaginábamos la gente que conoceríamos. Pero cuando yo era, a decir verdad, más pequeña que joven, nada estaba más lejos de mi mente que América. Yo pensaba en el mítico "Norte", en la nieve... en un exceso de imaginación podía coniderar Asia o Australia, pero no América.

Cuando yo era pequeña ya quería ser bruja, una bruja de la tierra, como las que yo había leído que una vez hubo en Inglaterra. El chamanismo, el vuduismo, incluso las religiones y espiritualidades oriental me parecían extrencicidades tan foráneas como el cristianismo o el islamismo. Se puede decir que tenía el mal, y tenía la cura; los planes de mi prisión mental incluían su ineludible derrumbe.
No puedo decir que viajé a México porque me atrajera el país, más que nada porque era prácticamente desconocido para mí. Pero yo quería entender cosas, hacer cosas, y creí sinceramente que allí me esperaba una oportunidad de aprendizaje. Y la hubo, de hecho, hubo muchísimas, como una plaga de ratas sorprendida saliendo en tropel de los rincones más inesperados. 

Cuando viajas, de verdad, a la antigua, y permaneces el tiempo suficiente en una tierra que no es aquella que te conoció tan bien, también la sensación de extrañeza se va diluyendo. A fuerza de contrastes y matices, de pérdidas, encuentros, equivocaciones e islas de inesperada paz vamos descubriendo de qué estamos hechos. Yo, por ejemplo, entre otras cosas descubrí que el cuerpo mediterráneo extraña el sol, las noches de verano en la playa, el color de los chopos y los arces en las calles de la ciudad, el olor del lecho de agujas secas de pino en la tierra, y su manera de crujir al caminar sobre ellas. 
Si hubiera viajado al "Norte" no hubiera resistido mucho, ahora lo sé. Pienso en toda la gente que "añora" este frío... qué aprendizaje sería para ellos vivirlo, la decepción que en muchos casos ocurriría (y en otros no). Pienso en la gente que habla de "añorar" el pasado, añorar los tiempos "gloriosos de la guerra", como si no hubiera habido suficiente, como si aún pudieran dar la espalda a la realidad de lo que una guerra es.

¨¨¨
Cuando viajas, y no eres un turista, te quedas a vivir en una tierra que va dejando de ser tan extraña a medida que nos enseña que las cosas no tienen porqué ser como las creímos, las aprendimos o las imaginamos. Que las cosas, de hecho, no tienen porqué ser ni siquiera cómo recordamos haberlas vivido. Cosas en las que nunca te habrías fijado, cosas ínfimas, tan asimiladas que nunca antes las habías visto. No importa cuanto intentes prevenirte, siempre serás sorprendido.

Cuando viajas de esta manera conoces las diferencias y los matices que pueden haber entre dos mundos que se rozan, dos mundos que se supone que forman parte del mismo plano material. Entonces  empiezas a plantearte qué diferencias puede haber entre los que conocemos, y los "otros" mundos. A regañadientes tal vez, comprendes que no eres de un mundo o de otro, que no te pertenecen ni tu les perteneces. Que transitas - que transitamos- durante un tiempo que se nos ha dado, cuya medida desconocemos.
Estas experiencias que nada parecen tener de mágico rompen el caparazón de lo habitual y empezamos a ver que la realidad es más amplia de lo que sospechábamos, poco a poco, no sin dificultades aprendemos a anidar en la incertidumbre, forzados a confiar en ella.
Pero, de alguna manera, siempre habrá quien continúe manteniendo sus viejos sueños lejos de cualquier realización, asegurándose de que nunca se cumplan. Siempre habrá quien en vez de derrumbar, o simplemente salir, de su cárcel mental pretenda encerrar a otros en ellas.

Cuando vas de uno a otro mundo, lo primero que caen los las etiquetas. Caen porque no en todos los mundos las palabras tienen tanta incidencia como en el nuestro, y porque hay experiencias a las que las palabras sólo pueden acercarnos, como un pañuelo podría acercarnos al contorno de un objeto invisible que cubriera. Cuando viajas a estos otros mundos, dejas una parte importante de ti en el camino. Sacrificas un viejo "yo", hecho girones por las espinas del camino, como señal para poder avanzar por el sendero del descenso. Lo que tenías, ya no sirve. Tienes que aprender a llevar contigo sólo lo que puedas llevar, no sólo físicamente. Aprendes, también,  que en ocasiones, las distancias físicas significan poco. 

Y a la vez que te vas familiarizando con lo que no conocías, vas convirtiéndote en una extraña tanto entre aquellos de la tierra de la que procedes, como entre aquellos que habitan el territorio al que te diriges. No tienes un lugar al que volver, sino lugares a los que ir y cosas que hacer. Y el sol sigue saliendo.