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23 de diciembre de 2013

Un fuego para las noches largas


Este es todo el fuego que necesito para la noche más larga, y para todas las noches largas que habrán de llegar.  Aquí está todo el calor, toda la luz que requiero para volver a poner en marcha un Universo cuando el que ahora habito se apague, y desfallezca, y se rompa como un cascarón o se desprenda como una vieja piel, y abra paso a lo nuevo... Lo nuevo que siempre llega, una y otra vez, del mismo modo que las olas alcanzan la playa.

Este fuego contiene todo cuanto necesito; es una semilla sembrada en el Reino Bajo Tierra, cobijada por el manto denso de lo oculto, nutrida por los restos de lo que un día fue y ya no será más.

Volverán las primaveras, los veranos, los otoños, y los mismos inviernos a desfilar, majestuosos, por bosques y campos, con trajes bordados de dorado calor o plateado frío, con coronas de flores pálidas, de hojas verdes o rojizas, con cetros de ramas ornadas de rocío o escarcha... Pero bajo su paso regio esta humilde llama - nacida de lo imprevisto, pero hija de un fuego más antiguo que las propias estaciones-, permanecerá dando aliento y latido desde la profundidad insondable de la que emerge, como de una fuente inagotable, la confianza capaz de mirar al miedo a los ojos y desterrarlo con una sonrisa. 

17 de diciembre de 2013

Llegando al corazón del Invierno



Echaba de menos volver al camino de cabras... Algo desvencijado por la larga ausencia, sigue siendo un lugar en el que puedo recuperar la paz. Llego después de una gripe intensa, que ha conseguido obligarme a guardar cama, y de paso a hacer también una buena limpieza mental y emocional.

Aunque para mí los años empiezan en Septiembre, hace semanas que recuerdo que hace a penas doce meses me preparaba para mi regreso a Barcelona con el ánimo del exiliado que, en un abrir y cerrar de ojos, se sabe condenado a perder todo; todo lo que ha levantado con su esfuerzo, todo lo que ha configurado su mundo, y todo lo que había amado. Acostumbro a suavizar las patadas que me da la vida, pero creo que los que me acompañaron en aquellos tristes días pudieron ver mi alma hecha jirones... Y sin embargo, debo decir que gracias a ellos, gracias a su amabilidad y su aliento; aquellas últimas semanas en México defendieron, orgullosos, una belleza propia, innegable, y brillaron por encima de la tristeza con una luz que no esperaba y que nunca olvidaré. Así que gracias otra vez, espero de corazón que volvamos a vernos algún día. Y, por supuesto, allí donde yo esté, estará su casa.

Al llegar a mi Barcelona natal, todo se me hacía extraño, frío, hostil... Principalmente mi cabeza. Estuve enferma, empapada hasta los huesos de ese tipo de malestar que dejan las grandes decepciones, los momentos en los que por mucho que te muevas no llegas a ningún sitio, y aunque te quedes quieto tampoco hay descanso posible. Ves como la gente va y viene a tu alrededor, y se alegran de tu regreso; pero estás tan frío por dentro, que a penas llegan los ecos de aquel calor y respondes mecánicamente, como desde un trance lejano. Te gustaría desaparecer para siempre, pero no es posible, así que te quedas y esperas a ver qué pasa... A ver si pasa algo mínimamente interesante. Lo he escrito en alguna ocasión; nunca se valora lo suficiente la curiosidad. A veces mata al gato, sí, y a veces esta es la única manera de que el gato en cuestión descubra las vidas que le quedan por vivir.

La luz  fue ganando terreno a medida que pasan los meses, la naturaleza reverdeciendo, y como en el poema de Ana Rossetti, una cree que el corazón a muerto despedazado, hasta que un día se lo encuentra de nuevo dando lecciones desde su inmortal sabiduría. Y poco a poco reconocemos a nuestros amigos de siempre, y entran personas nuevas en nuestra vida, y casi sin sospecharlo, acabamos por descubir que se han ganado un lugar propio en ella... A pesar de los recelos iniciales, creamos nuevas relaciones y nos entregamos a la labor de cuidarlas con toda nuestra pericia, y todas esas torpezas que está en nuestra mano ir limando. Así que gracias, de corazón, a los que siempre habéis estado ahí, y a todos los que habéis ido llegando, en estos meses, a mi vida... Con mención honorífica a la Confabulación Pagana, por supuesto. Entre unos y otros habéis conseguido que este sea, de hecho y contra todo pronóstico, uno de los mejores años de mi vida.


***

Un año en el que hemos vivido muchas cosas,  sobre las que iré escribiendo en futuros posts, pero sobretodo, un año en el que los mensajes han llegado muy claros, aunque me ha costado entenderlos, sencillamente porque no estaba ni mental ni emocionalmente preparada. Y aquí viene el meollo del asunto, de acordarme de cómo empezó el año y de lo difícil que ha sido en algunos aspectos. Necesitaba que mi alma se hiciera pedazos, que mis estructuras se vinieran abajo, que mi lista obsesiva de cosas que yo creía que tenían que cumplirse "sí o sí", obtuviera por respuesta una y otra vez un severísimo "No, de ninguna manera", hasta lograr que me diera por vencida y empezara a contemplar otras opciones.
O, mejor dicho, hasta que viendo el fracaso absoluto de los modelos en los que he sido de una u otra manera educada (convertidos después en autoimposiciones), me diera por una vez la oportunidad de probar un modelo propio de funcionamiento existencial.

Supongo que para algunas personas debe ser algo tan sencillo que a penas merece ser mencionado... Pero para mí ha sido realmente muy difícil apartar los montones de consejos "bienintencionados pero inútiles a la práctica" que siempre han entorpecido mis pasos, ensombreciendo de culpa la necesidad de trazar un camino propio. Y al fin decir que no pienso dar un sólo paso más dando la espalda a aquello en lo que creo, ni gastaré mis energías en cosas a las que no logre ver un sentido; aunque este modo de proceder, como ironizan algunos, me lleve a vivir debajo de un puente. 
No se trata de terquedad; terquedad es intentar ajustarnos por todos los medios posibles, incluyendo los que nos  desgastan o nos dañan, a una idea de nosotros (o de nuestra vida) que no nos corresponde, sólo porque desde fuera nos dicen (y nosotros aceptamos) que debemos ser así. Esto es más o menos lo que he hecho toda mi vida, si no en todos, sí en muchos aspectos de mi vida; y está claro que no ha funcionado demasiado bien.

Hace años que sé perfectamente lo que quisiera para mí; y principalmente tiene que ver con la manera de relacionarme conmigo misma, con los demás y con el mundo que habito, así como con la manera de actuar y reaccionar ante las situaciones que la vida me ponga por delante, buenas o malas. Una de las cosas que se han esclarecido para mí en estos meses es un esquema del que hace ya un montón de años hablaba Wayne Dyer [...Por cierto que un día de estos voy a escribir a favor de la New Age hasta quedarme a gusto, porque, lo adelanto ya, para mí está claro que hay mucho más que aprender de la New Age original, que de las publicaciones que hacen un refrito de lo mismo y le pasan después el filtro "Instagram" de la tendencia esotérica/pagana/brujeril de moda], según el cual, mientras nos preparamos para vivir una vida mágica/espiritual plena, pasamos por tres fases: una en la que la prioridad es tener, otra en la que nuestro motor es el hacer, y por fin una en la que valoramos el ser por encima de las dos opciones anteriores.

Supongo que nuevamente es una de esas cosas que depende de la educación que hemos recibido/aceptado. Por mi parte el tener o no tener cosas, creo que no me ha afectado demasiado (por aquí somos más bien de no tener). Sin embargo, tal vez como reacción a los modelos excesivamente pasivos que me rodeaban, gasté gran parte de mi juventud en entornos en los que se fomentaba la idea de que "cuanto más haces, más vales", hasta caer en la trampa de un sistema en el que se aprovecha la capacidad y las ganas de hacer cosas de las personas como si éstas no fueran más que combustible, y cuando las mismas personas que han dado su trabajo se agotan o se queman, se las desecha como envoltorios inservibles. La parte buena de este entrenamiento desquiciado es que no hay la pasividad heredada, por enraizada que esté, que lo resista (ahora literalmente soy capaz de "hacer cosas" incluso cuando parece que no hago nada); lo malo es que la acción sin conciencia puede anclarnos en la letargia más absoluta, tanto o más que la ociosidad.

Si nos valoramos en función de las cosas que hacemos; el día que hagamos menos, creeremos que valemos menos, y el día que no podamos hacer nada, además de la impotencia nos encontraremos con que nuestra autoestima puede desvanecerse de la noche a la mañana. Esto no significa que sea fácil cambiar de paradigma... A mi me está costando horrores. Así que llegando al corazón del Invierno, ya instalada en mi tierra junto al mar, rodeada de personas a las que quiero y con un montón de proyectos de todo tipo en el regazo, puedo decir que cada uno de los "NO" que he recibido en estos meses ha sido una auténtica bendición que me ha llevado por el único camino que realmente tiene sentido para mí, e incluso he podido ver los primeros frutos de mi nuevo proceder, tan pequeños como las primeras uvas de una vid, que parecen de juguete, pero nos prometen que crecerán con nuestro cuidado y dedicación. 

La ventaja de moverse desde el ser es que aquello que eres se expresa a través de cualquiera de tus acciones; trabajes en lo que trabajes, escribas acerca de lo que escribas; hablando con otros, comprando, saliendo a caminar, viendo una película, jugando con el gato... Implica estar conectado en todo momento con aquello en lo que crees, y con aquello que eres. La dificultad radica no sólo en lo poco que nos cuesta "desconectarnos", sino en lo mucho que nos cuesta creer en cosas realmente positivas para nosotros y los demás. En el entorno pagano es más curioso si cabe, pues puedes encontrar a personas capaces de sacarse una tradición ancestral de la manga elaborada a partir de sus propias filias y fobias, o a individuos capaces de creer que los dioses se preocupan personalmente de cómo les va un examen, una entrevista de trabajo, una discusión con los vecinos;  pero con una visión completamente escéptica acerca de las posibilidades de transformación (a mejor) de una persona común y corriente.

Poniendo las cartas sobre la mesa; yo creo en las posibilidades de las personas, mucho más que en la intervención particular de una divinidad. Creo que la verdadera magia (y la verdadera espiritualidad), no es otra cosa que la capacidad de transformación del ser humano aplicada a uno mismo. Creo que los dioses tienen propios sus ámbitos de acción, y que no están para sustituir a la humanidad en las labores que le son propias. Estoy segura de que no soy menos pagana por ello, y sospecho que si nos hacemos los locos respecto a nuestra capacidad para transformar nuestro universo, empezando obviamente por nosotros mismos, es porque como bien nos ha enseñado la mitología moderna: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad".
Vivimos en una sociedad que ha roto los vínculos entre su corazón, su cabeza y sus manos; y por tanto se ha acostumbrado a usar la imaginación como forma de evasión, en vez de aprovecharla para encontrar soluciones a los problemas que encuentra por el camino. Vivimos en una sociedad que permite la fabricación de semillas estériles, ¿tan ilógico es pensar que pretendan hacer lo mismo las semillas de nuestra mente, nuestras ideas, arrebatarles su capacidad generadora, condenarlas a la esterilidad? 

Estoy convencida de que la única de compensar -al menos parte- esta inercia en la que nos vamos hundiendo cada vez más, es demostrando con el ejemplo que en cada ámbito de nuestra vida se pueden hacer las cosas de otras maneras; no sólo acordes con nuestros principios, sino incluso más efectivas y satisfactorias. Y pienso comprometerme con esta convicción, apostar por ella hasta sus últimas consecuencias. Pero de todas las elecciones que he tenido que hacer en mi vida esta es, con toda seguridad la más significativa, porque implica realmente un salto al vacío: Si me caigo, no sé que haré con mi vida; pero lo cierto es que si sobrevivo, tampoco... Todo a partir de este punto es nuevo para mí. Lo único que tengo claro es que nací para esta aventura, y que gracias a los dioses [gracias sobretodo a esa Eris Postpagana capaz de remover cielo y tierra para sacar del embrollo creado una posibilidad insospechada, y enseñarla con una enorme sonrisa de triunfo al mundo], por fin cuento con los compañeros de viaje adecuados para salir en búsqueda de nuestro particular tesoro, y que no necesito nada más para ser feliz. Así que gracias a todos, y en especial al Witchdoctor que me ayuda a lidiar con las sombras que de vez en cuando tratan de tomar el control (además, por supuesto, de ser el rey de los festejos en cada celebración).


12 de noviembre de 2013

[Seminario Pagano] Donación Filipinas


Uno de los asuntos que tocamos en el Seminario Pagano organizado por Ouróboros y Pagan Federation International Spain es el trabajo por la comunidad. Aunque aún no hemos llegado a ver el tema con profundidad, se nos presenta la oportunidad de demostrar con el ejemplo. Aún cuando no es mucho, el dinero que juntemos este domingo será enviado a los compañeros de Pagan Federation International Philippines, quienes están colaborando activamente en trabajos de ayuda a los afectados por los desastres de los últimos días.

El donativo tiene que hacerse antes del 15 de Noviembre, por lo que adelantaremos del fondo que hemos ido guardando. Si alguien quiere apuntarse a la donación, aunque sea con un euro, tiene todo el martes 12 de noviembre para avisarnos. Donaciones individuales pueden realizarse hasta el 15 de Noviembre. Gracias!

ACTUALIZACIÓN  17/11/2013.
Nos confirmaron que el donativo había llegado bien, y que sería el equivalente a unas 430 botellas de agua mineral. Podéis ver imágenes de las acciones llevadas a cabo en: Relief Operation with Pagan Federation International Philippines. ¡Gracias a todos lo que habéis contribuido!

15 de octubre de 2013

La Prueba, Antonio Colinas



El Bosque, Ilustración para la Divina Comedia de Dante, por Gustave Doré


 LA PRUEBA
 
Mira: a punto estás de penetrar en el bosque.
Vas a dejar la casa blanca de la cima,
tan plácida, tan llena de música y sosiego,
y ahí te espera el bosque impenetrable.

Irremediablemente deberás cruzarlo:
el bosque que desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no hay nadie
y el bosque en el que puede haber de todo,
el bosque de humedades venenosas,
morada de lo negro
y de una luz que enturbia la mirada.
Entra en él con cuidado y sal sin prisas,
mas nunca se te ocurra abandonar la senda
que desciende y desciende y desciende.
Mira mucha hacia arriba y no te olvides
de que este tiempo nuestro va pasando
como la hoz por el trigo.
Allá arriba, en las ramas,
no hay luces que te cieguen si es de día.
Y si fuese de noche,
la negrura más honda la sierran faros ciertos.
Todo lo que está arriba guía siempre.

Mira, te espera el bosque impenetrable.
Recuerda que la senda que lo cruza
—la senda como río que te lleva—
debe ser dulce cauce y no boa untuosa
que repta y extravía en la maraña.
Que te guíe la música que dejas
—la música que es número y medida—
y que más alta música te saque
al fin, tras dura prueba a mar de luz.


                                                   Antonio Colinas


PD.  Unos versos que hace ya algunos, por estas fechas, años conocí de la mano de Verónica Cabrera  :)

4 de octubre de 2013

Encrucijada pagana, aventura radiofónica



A veces tenemos la sensación de que el Universo no nos hace demasiado caso, que anda lógicamente distraído con cualquier otra cosa. Pero el día que yo afirmé, colmada de angustia existencial, que no quería una vida aburrida, ese día, debía estar prestandome atención. Y yo que después de muchos tropiezos empiezo a aceptarlo, no puedo evitar alegrarme de ello.  
Entre la preparación del Seminario Pagano, el viaje a Zugarramurdi y la organización del Día del Paganismo,  estas últimas semanas han estado llenas de trabajo y carreras, pero sobretodo de encuentros presenciales y diálogo con otros paganos. Conocer personas nuevas, ver a las ya conocidas en un entorno que no es el habitual o trabajar en equipo siempre es una experiencia reveladora, que abre puertas a nuevas conexiones y planteamientos, ya sea por afinidad o contraste. 

Hace días que tengo tantos temas en la cabeza que es difícil escoger uno para empezar a escribir... A pesar de las dificultades, el ciclo ha sido generoso y la cosecha tan abundante que habrá que compartirla antes de que se eche a perder. El otoño ha traído incluso, bastante antes de lo previsto, la oportunidad de hacer un programa radiofónico dedicado al paganismo, al que hemos titulado Encrucijada Pagana. La radio es algo tan preciado por la que escribe, que irrumpir en sus entrañas de esta manera repentina, ha sido un buen recordatorio de porqué tenemos que estar preparados para que aquello que alguna vez nos atrevemos a desear se convierta en realidad en el momento menos esperado. 

Sólo honramos las oportunidades que se nos dan cuando aprendemos a reconocerlas y hacemos lo posible por no dejarlas escapar. Desde luego una parte de mí no se sentía en absoluto preparada para la experiencia, y fue capaz en sólo tres días de dar a su miedo la forma de una gripe monumental, excusa perfecta para quedarse en casa y no hacer nada. Obviamente el resto de mí se moría de ganas de cruzar la frontera trazada por la autolimitación y dar ese paso más a pesar del miedo... Si bien es cierto - todo hay que decirlo- que saber de antemano que cuentas con el mejor de los compañeros para emprender una aventura de este tipo, ayuda bastante. Durante la emisión piloto, mi muy querida Eris logró quitar el protagonismo a Hermes en el papel de oficiante de nuestro bautizo de fuego, pero de algún modo su aparición logró consumir los nervios que me quedaban de un sólo susto. Curioso fue también el comprobar cómo los síntomas de aquella gripe monumental que me habían acompañado al estudio remitían a extraordinaria velocidad, hasta casi desaparecer. Destino que espero aguarde por igual a cada uno de los miedos que me quedan por descubrir en este camino.

Gracias a todos los que habéis estado ahí por darnos vuestro apoyo y confianza, gracias a Carlos por lo mucho que me queda por aprender de él, y gracias a Cerdanyola Radio por cedernos un espacio en su frecuencia. Cruzado ya el Rubicón, sólo queda entregarse al trabajo e intentar que cada emisión sea al menos un poco mejor que la anterior. Seguiremos haciendo cosas, porque nos gusta el movimiento que demuestra que algo está vivo, aunque de vez en cuando suponga algún rasguño. Seguiremos tomando decisiones y asumiendo riesgos por aquello en lo que creemos, tratando no sólo de  redescubrir senderos y abrir alguno que otro por nuestra cuenta, sino sobretodo de honrar lo sagrado que acontece allí donde los caminos se cruzan.

Podéis escuchar Encrucijada Pagana en directo todos los miércoles de 18:05 a 19:00 en Cerdanyola Radio 105.3 FM o bien a través de la emisión on-line (11:00-12:00 AM en México DF). También podéis descargar los programas emitidos de la página de Ivoox. Y, por supuesto, informaros y comentar en nuestra página de Facebook.


25 de septiembre de 2013

No hay una fórmula única



En más de una ocasión, escuchando una advertencia o un consejo, he tenido la sensación de que me hablaban cómo si en mi vida hubiera un enorme vacío y fuera necesario apresurarse a llenarlo de cosas o abarrotarlo con una decoración monotemática. Los consejos y las advertencias suelen darse desde la mejor de las intenciones, pero lo que funciona para unos no tiene porqué ser bueno para otros. Sencillamente, no existe una fórmula única, de modo que avanzamos por la vida probando las fórmulas de los demás, o bien tratando de elaborar una propia. Pero tanto si nos ha ido muy bien como si vamos cargados de dudas propias y ajenas, cuando damos un consejo corremos el riesgo de tratar de reafirmar la opción que nosotros hemos tomado, y olvidar que estamos dirigiéndonos a otra persona, con necesidades y prioridades distintas. Que el otro es alguien con quien podemos compartir mucho, pero que vive dentro de su propia piel.

El pasado domingo, fui a caminar un rato por los campos a las afueras del pueblo. Hacía tiempo que no me podía permitir algo así, y lo disfruté mucho. En un momento, sentada simplemente observando el cielo, muchas cosas cobraron un nuevo sentido, como piezas que encajan en un rompecabezas. Es algo que ha pasado con relativa frecuencia en las últimas semanas, pero que no deja de ser especial cada vez. Cada una de estas revelaciones mínimas me lleva a soltar en vez de acumular, a dejar de tratar de controlarlo todo, por difícil que me resulte. Y cada una me acerca más a la convicción de que es muy poco lo que en realidad necesitamos, que hay herramientas y trabajo de sobra para empezar a limpiar y a ordenar (otros dirían "sanar") tanto dentro como fuera de nosotros mismos. De hecho, las tareas por hacer son tan variadas, que es absurdo juzgar si una es más importante o significativa que las otras... En serio, la que escojas estará bien.

Sé por experiencia que un buen consejo ajeno puede hacer más daño que un error propio, simplemente porque nadie avanza demasiado cuando va en contra de sí mismo. Pero también sé que es injusto culpar a otros, cuando al fin y al cabo somos nosotros quienes decidimos si seguirlo o no. La única manera que se me ocurre de saber si lo estamos haciendo bien es ser capaces de detenernos en cualquier momento, ya sea que pasemos una buena o una mala época, y al preguntarnos si preferiríamos ser otra persona, respondamos que no. Si me detengo ahora mismo, incluso bajo la sombra de una montaña de incertidumbre por la que aún ronda alguna que otra hiena hambrienta, sé que no me gustaría estar en otra piel, que éste es mi lugar, que desde aquí seguiré creciendo y dando frutos. Tal vez tendré que renunciar a muchas cosas, tal vez tenga que lidiar con la oposición activa o pasiva de otros, e incluso con algún arrebato de autocastigo, pero el hecho es que no quiero vivir la vida de otro. 

El problema aquí es que estamos tan acostumbrados a hacerlo todo de puertas para afuera que hacerse   preguntas del tipo ¿Es esto lo que realmente quiero hacer? ¿Tiene esto sentido para mí ahora? suena excentrico o incluso egoísta. Se nos ha acostumbrado a determinar nuestros objetivos fijándonos en modelos externos, y a validar nuestras impresiones en la colectividad. Algo que no me acaba de convencer pasa a ser maravilloso si muchas de las personas que me rodean así lo definen; luego asumiré que algo es felicidad simplemente porque muchos otros le dan ese nombre, incluso aunque mi experiencia al respecto ni siquiera sea positiva. La historia narrada en El traje nuevo del emperador tiene muchos más años que la versión de los Grimm. Es fácil de entender, pero no tan sencillo de aplicar, y no es extraño que nos amarguemos la vida porque no podemos alcanzar algo que creemos que nos hará felices, cuando de hecho podríamos ser felices si sencillamente no nos dejáramos amargar...  Vivimos en un mundo de sombras y reflejos, cerrados a nuestros sentidos internos, tal vez porque éstos tengan demasiado que reclamarnos. Pero si no trabajamos esta parte de nosotros en la que estamos a solas y nos obligamos a ser sinceros con nosotros mismos, nuestro tiempo puede agotarse sin que hayamos hecho nada de lo que realmente nos hubiera gustado hacer con él.

Hace tiempo que tengo una lista de cosas que realmente me apetece hacer, muchas de ellas las he escrito sin saber cuándo podría hacerlas, porque escribir cuesta bien poco. Pero cuando las condiciones apropiadas se dan -y es increíble si me paro a pensar cómo las oportunidades se abren camino- las cosas se hacen,  se disfrutan, y luego se dejan ir. Hay mucho más que hacer, que conocer, que sentir. Alcanzar un objetivo no es lo que me hace feliz, lo que me hace feliz es ir dejando atrás las viejas metas sabiendo que eso es el Camino. Sé que en realidad no voy a ningún lado más que a la muerte y que allí se encontrarán, tarde o temprano, todos los senderos; pero siempre que tengo ocasión me gusta escoger la ruta y la compañía y, por supuesto, el ritmo al que avanzar. Así soy más consciente de la vida, y sólo así puedo celebrarla. Entiendo perfectamente que pueden haber otras fórmulas, que funcionen, que den resultados, que hagan felices a otras personas y las respeto, pero no me gusta que se enarbolen como si fueran el único camino posible, y mucho menos, que se traten de imponer como una solución única. Al parecer ser incómodo es parte del trabajo que escogí realizar en mi paso por este mundo.



22 de septiembre de 2013

Seminario Pagano Ouróboros




Aunque en la actualidad la oferta de talleres y cursos dedicados a técnicas de “crecimiento personal” es muy amplia, a menudo ese tipo de prácticas quedan como una experiencia aislada que carece de una continuidad que permita evaluar la efectividad de los conocimientos recibidos. A partir de esta observación, buscando una alternativa que pudiera funcionar con un grupo de personas procedentes de diversas tradiciones, se ideó el Seminario Pagano que dará inicio en Barcelona el próximo mes de octubre.

En el Seminario Pagano Ouróboros vamos a presentar modelos y técnicas para el desarrollo personal y la consecución de objetivos vinculados a la tradición pagana. Siempre han existido multitud de ramas dentro del paganismo, pero más allá de las particularidades de cada uno de estos senderos existe un fondo común: La relación con la Naturaleza como fuente de vida y conocimiento.  Por esto, el hilo conductor del taller será el viaje de la semilla desde las profundidades a la superficie y su regreso,  el ciclo que discurre Sobre/Bajo tierra. A lo largo de nuestro recorrido, sin embargo, procuraremos no perder de vista los vínculos que el paganismo moderno tiene con otras tradiciones y escuelas de conocimiento (tales como Hermetismo, las tradiciones orientales, la magia ceremonial o incluso la New Age).

Todo el saber acumulado procedente de estos intentos de comprender el universo y el papel que jugamos en él confluye en nuestro presente y resulta muy valioso a la hora de construir la vida que deseamos vivir. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en otras épocas, en la nuestra recibimos mucha información, de hecho se nos “bombardea” con ella, y no siempre tenemos tiempo de filtrarla o digerirla. Cualquier aprendizaje teórico no es sino una preparación para la experiencia, que es el paso que se omite con mayor frecuencia provocando resultados escasos y confusión. En el Seminario queremos recuperar la experiencia (individual y grupal) como fuente de conocimiento, y fomentar la comunicación como una forma de relacionarnos de manera constructiva con nuestras comunidades dentro y fuera del paganismo.

Aunque existen sistemas de aprendizaje completos y  bien estructurados dentro de algunas tradiciones, en la mayoría de ocasiones el pagano inicia sus estudios y prácticas en solitario, tomando información de diversas fuentes y desarrollando aisladamente una práctica irregular. En el plano teórico, lo que vamos a ver en el Seminario son una serie de modelos generales en los que sea posible ordenar la información que ya tenemos -y la que esté por venir-, para que sea mejor aprovechada. Así mismo, fomentaremos el diálogo entre tradiciones, pero también la capacidad crítica que permita detectar y enfrentar adecuadamente abusos y fraudes.

En el plano práctico revisaremos un conjunto de ejercicios y técnicas (relajación, visualización, respiraciones, pathworking, trabajo con sigil, trabajo ritual…) y presentaremos algunos métodos tanto para enfocar nuestros esfuerzos a la consecución de objetivos, como para beneficiarnos con el aprendizaje derivado de nuestros propios deseos, objetivos, esfuerzos, procesos y resultados. 

Para más información visita nuestro site:
http://seminariopagano.paganfederation.org/


Organizado por:

OuroborosPFI España
  

18 de septiembre de 2013

Desde el umbral del otoño



Mis años empiezan al final del verano. Un día indeterminado de septiembre algo en el aire logra detener mi pensamiento, alejarlo por unos segundos del mundo atareado que lo circunda, como si pudiera mitigar mágicamente sus ruidos. Entonces sé que el momento ha llegado: la última celebración de la luz, el agradecimiento, la despedida, la vuelta a esa casa oscura que todos tenemos en el seno de la tierra. Sé que me voy a ralentizar, que me va a apetecer menos salir y que estaré menos disponible porque aunque mire fuera de mí, estaré viéndome por dentro. El equinoccio de otoño siempre es un umbral que cruzo sabiendo que algo debe quedar atrás para que lo desconocido pueda acercase hasta ser familiar.

Esta ocasión es especialmente significativa, acaso porque el trabajo de este año ha sido más intenso que el de los anteriores. Acostumbrada a dejar por escrito prácticamente cada paso en el camino, me estremezco al buscarme en el reflejo cobrizo de la memoria. Hace un año, mi vida entera empezaba a deshacerse sin pedir permiso, como una construcción cuyos materiales estuvieran condenados de antemano a sucumbir... Es natural que cuando algo así sucede, al menor movimiento todo empiece a temblar, y el derrumbe sea inevitable. Sin embargo, eso no nos ahorra el dolor de las heridas cuando todo cae encima, ni la rabia de no habernos dado cuenta a tiempo de lo que iba a suceder para al menos ponernos a resguardo.

Hay un camino muy largo - tan largo, que no corresponde medirlo en tiempo- desde que un mundo se cae hecho añicos, hasta que comprendemos que la vida no termina, que nuestra tarea sigue, que hay cosas tan buenas o mejores como las que ya vivimos esperando a que vayamos a por ellas. Pero hay que ser valientes, hay que dar un paso detrás de otro desde el centro mismo de la oscuridad, atrevernos a confiar en la vida y en nosotros mismos. Comprender que somos algo más que el dolor, por más que éste pueda volver a irrumpir en escena en cualquier momento. Hay que tener ganas o, al menos, dejar de resistirnos a esas fuerzas que desde nuestro interior tiran de nosotros constantemente hacia la luz.   
Budi Satria Kwan, Journey of a Thousand Miles


Hace un año mi vida, tal como yo la tenía en mente, terminó. Terminó del mismo modo en que las frutas se pudren, para que la semilla pueda desprenderse fácilmente, para que a la semilla no le falte alimento al germinar. Aquello que tenía apuntado en los cuadernos de trabajo, lo que era realmente importante para mí, - lo irreductible, es decir, la semilla-, siguió creciendo a pesar de mi incomprensión, abriéndose camino, encontrando maneras de realizarse que yo entonces no podía ni siquiera imaginar.

Mi mundo de entonces era demasiado pequeño y forzosamente debía quedar atrás, pero esto no significa que el proceso no fuera doloroso. Muchas veces estando frente al altar -donde recuperaba por unos minutos la paz perdida-, me lamentaba y a la vez pedía disculpas por la ignorancia que me impedía ver cómo todo aquello que estaba sucediendo podía ser algo bueno, y terminaba por agradecer lo desconocido que se abría camino hacia mí.
No ha sido fácil, porque acumulamos resistencias, pero he tenido la suerte de contar con quien me echara una mano en el momento preciso para evitar que cayera rodando colina abajo y todo el esfuerzo realizado fuera en vano. Sin esperarlo, lo mismo que al inicio del viaje era  desconocido, ha resultado hacerme descubrir, entre otras cosas aún más importantes, una felicidad como nunca antes la había vivido.

Este ciclo me ha permitido identificar y empezar a dejar atrás una enorme carga de pensamientos caducos que he arrastrado durante años, y que me han condicionado demasiado; a medida que los dejo ir la serenidad y la alegría vienen a ocupar su lugar. Es muy posible que aquellos que me conocen se pregunten "¿Pero de qué serenidad habla esta mujer?", a lo que sólo podré responder que antes era peor -y también que por segunda vez en mi vida tengo uñas-.
Por supuesto el proceso no termina aquí y siempre habrá aspectos que trabajar, simplemente se trata de hacer una pausa para agradecer las enseñanzas y experiencias que esta cosecha ha traído, y sobretodo la presencia de aquellos que me han acompañado en ellas, haciendo de mi universo un lugar mucho más valioso en el que habitar.

8 de septiembre de 2013

Las zapatillas rojas



En el umbral que separa lo que se conoce de lo que se espera conocer se proyectan a menudo los fantasmas de la duda y el temor. Recuerdo, en más de una ocasión, haber deseado tener un par de zapatos de rubí como los de Dorothy, que me aseguraran el regreso a casa si las cosas se ponían demasiado feas... Sin embargo, a veces ese billete de regreso es lo último que necesitamos.

Para algunos el hogar está justo al otro lado de esa frontera que retiene al viajero como la Esfinge y su enigma. Y su llamado, difícil de acallar, és dolorosamente claro por más que lo vistan las brumas de la incertidumbre. Aunque las maravillas que acontecen cada instante en nuestro entorno serían incontables, a penas llaman nuestra atención porque en algún momento se decidió ponerles una etiqueta que las enviara directamente al fondo de los armarios, con todo aquello que "tal vez un día podamos necesitar". Pero lo cierto es que son sumamente importantes y no estaría mal asegurarnos de tenerlas a mano. 

Vivimos nuestra realidad muy por debajo de sus posibilidades: Las puertas permanecen abiertas, pero nos quedamos en la frontera alimentando nuestras dudas como los ancianos alimentan a los patos en un parque, y nos empeñamos en encontrar la manera de perder nada al dar el siguiente paso... ¡Cómo si pudiéramos hacerlo! Nos resultan aleccionadoras las historias en las que un humano trata de negociar con la Muerte, pero no pensamos demasiado en los modos que tenemos de hacer lo mismo con la Vida, como si ésta fuera menos implacable que su hermana oscura.

A veces los zapatos de rubí se convierten en aquellas malditas zapatillas rojas que hacían danzar sin descanso a aquel que las calzaba; ser perpetuamente sacudido por fuerzas invisibles e implacables durante el sueño y la vigilia, sin un tiempo para nosotros, para los nuestros. Contínuamente torturados por una legión de voces que nos recuerdan que no somos nada, que no merecemos nada, que tenemos sólo un lugar que ocupar, un rol que cumplir y una lista de tareas que desempeñar con eficiencia. Aunque a menudo lo juzguemos como una locura, lo más sensato que podemos hacer en estos casos es sacarnos esos zapatos de rubí, lanzarlos bien lejos, y avanzar descalzos y confiados más allá del arco iris. Al fin y al cabo no hay nada realmente importante que podamos perder en esto, que no pudiéramos perder de todos modos al decidir instalarnos en la autotortura.

Lo cierto es que muchas de las cosas que conservamos en forma de anhelo están más cerca de nuestro mundo de lo que nos atrevemos a creer. En no pocas ocasiones, de hecho, pugnan por manifestarse en nuestras vidas y nosotros, cobardes, las empujamos una y otra vez al fondo. Como deseo no exigen nada de nosotros, sin embargo su realización requiere un compromiso, un riesgo, una mirada sostenida a los abismos, especialmente a los propios.
Tal vez por ello cargamos con el peso de muchas generaciones que han sostenido un "no" perpétuo por respuesta, que han levantado muros y cerrado puertas hasta encarcelarse a sí mismas, pero siempre podemos aprender a decir "sí", y dar un paso más, o un saltito. Y esperar a ver qué pasa. Y seguir a nuestro propio ritmo. Y celebrar cada paso; disfrutar del camino, de sus paisajes, de los percances y alegrías que vayan apareciendo.

La humanidad ha olvidado el sentido profundo de sus propios códigos, ha perdido la comprensión y, confundiendo fondos y forma, padece de una literalidad mortal... Muchas de las cosas en las que no acabamos de atrevernos a creer están aquí mismo, esperando simplemente a que nos demos cuenta. Y si puede ser cierto que nuestros ojos han perdido la capacidad de verlas, nada nos impide alargar una mano para tocarlas.


16 de agosto de 2013

Mi historia de brujas preferida

Mural en el restaurante "La Mulata de Córdoba", autor desconocido.


La mejor historia de brujas que he escuchado jamás no procede de la Vieja Europa, si no del Nuevo Mundo, concretamente del estado de Veracruz, al sur de México. Vamos a explicarla como un cuento, como se narraría tal vez en las Crónicas y Leyendas de Jerman Argueta, aunque es posible que haya más de realidad en esta historia de lo que se sospecharía en un primer acercamiento, y contenga una lección importante para cualquier bruja.

En época colonial vivió allí una misteriosa mujer cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, dado que por generaciones ha sido recordada simplemente como la Mulata de Córdoba. Dado que todo en ella parecía burlar y contradecir las estrictas reglas del mundo que habitaba, los rumores sobre su persona recorrían la ciudad. 

Se decía que era hija de un caballero español y una africana, de quienes habría heredado una  extraordinaria belleza y una pequeña fortuna. Dedicaba sus días a procurar alivio a las dolencias de los menos favorecidos; curaba las heridas de los esclavos negros y daba limosna a los pobres. Pero era por su dominio en el arte de los filtros, los ungüentos y amuletos, que iban a visitarla aquellos aquejados de males del espíritu y gentes ricas que precisaban un remedio efectivo para curar un mal de amores, protegerse de las envidias o encontrar esposo.

Por todo esto la Mulata era a un mismo tiempo admirada y censurada por sus vecinos. No en pocas ocasiones las mismas damas que acudían a solicitar su ayuda albergaban oscuros sentimientos hacia aquella mujer, en parte salvaje, que sin duda se permitía demasiadas libertades. Otro tanto sucedía con aquellos caballeros que viéndola sola, ya la imaginaban como una más de sus propiedades.  

El hecho es que si la Mulata tuvo amores, fueron éstos discretos al punto que se llegó a decir que el motivo por el que desdeñaba a los hombres, no era otro que el de haber hecho sucumbir al mismo Diablo a sus encantos. Pero un día aquí, un día allí, se dejaba ir una maledicencia acerca de ella; que en su casa flotaba un intenso olor a azufre, que de vez en cuando se la podía ver bien de noche cruzando los cielos, que quién sabía hasta que punto eran oscuras aquellas artes secretas de cuyo dominio le venía la fama.

Ya fuera debido a la amargura de una criolla celosa o al odio albergado en el corazón de un pretendiente no correspondido, finalmente las obras extraordinarias de la Mulata fueron denunciadas a la Inquisición. Cuando el Tribunal del Santo Oficio recopiló cuanto se había dicho y decía de ella, se la sentenció culpable de hechicería y pacto con el Diablo, y fue condenada a morir quemada en la Ciudad de México.

Los pobres y los esclavos por los que había hecho tanto bien lloraron su pérdida, y entre lamentos la despidieron como la familia que nunca llegó a conocer; mientras las damas y caballeros a los que había ayudado también renegaban de ella y alimentaban las habladurías, como aliviados de que aquella que conocía los más oscuros de sus secretos fuera a desaparecer de la faz de la tierra. Sin embargo, a pesar del amor de unos y el desprecio de otros, la Mulata conservó su porte sereno. Sólo de tanto en tanto sus ojos parecían brillar más de lo habitual y una misteriosa sonrisa se le dibujaba en el rostro.

La noche antes de su ejecución, en la mazmorra, pidió al carcelero que le llevara un pedazo de carbón. El hombre, sorprendido por la rareza de aquella solicitud, le aconsejó que en vez de aquello se encomendara a Dios por la salvación de su alma. Sin embargo, ante la insistencia de la Mulata, consideró que la proximidad de la muerte debía haber afectado su pensamiento y, compadeciéndose de ella, le llevó lo que pedía como última voluntad.

Antes de rayar el alba, la Mulata llamó de nuevo al carcelero y con una sonrisa pícara le mostró un barco que había dibujado con el carbón en la pared de piedra.
- Carcelero, ¿Cree que le falta algo a este navío?
El carcelero, sorprendido por lo acertado de los trazos y la riqueza de detalles exclamó:
-¡Mulata, sólo le falta navegar!
- ¡Que sea como dice! - respondió la Mulata. 

Y riendo subió al barco dibujado y navegó alejándose cada vez más, hasta desaparecer en el horizonte de carbón.

28 de julio de 2013

Convertirse en gato







Arthur Rackham, All through Egypt every man burns a lamp (fragmento), s/f


Hace unas semanas encontré un cráneo de gato. Los huesos fascinan, porque avivan recuerdos de viejas historias que permanecen generación tras generación, idénticas en el fondo, cambiando las formas que las cubren. Son el reducto de lo que fue, la última memoria, como las brasas que no volverán a arder pero aún no se han enfriado del todo. Lo interrogo y me cuenta por qué algunas brujas terminan convirtiéndose en gatos. Se han dicho muchas cosas de estos animales, pero, a fin de cuentas el motivo por el que se odia o se ama al gato es que se trata de una criatura capaz de acompañarse perfectamente a sí misma. Sin importar lo duras que sean las condiciones de su vida, no sólo se acomodará en el primer rayo de sol que encuentre como un rey lo haría en su trono, sino que lo disfrutará mil veces más.

Hace tiempo alguien que entonces parecía mucho más fuerte que yo, me arrinconó para torturarme maliciosamente sentenciando con voz grave todo aquello bueno que yo no era y jamás podría ser... No era el primero, ni sería el último, de una lista ya borrosa de individuos que me recordaron hasta la saciedad todo lo que hacía mal, todo lo que "me permitía", que me señalaban como si hubiera algún error de configuración en mí que pudiera echar a perder cualquier cosa con la que llegara a entrar en contacto. No fue el primero, ni sería el último en intentar derrumbarme por completo para construir sobre las ruinas su propia idea de lo que yo debía ser, pero en aquella ocasión, con el último resquicio de resistencia que me quedaba, algo salió al paso desde muy adentro respondiendo: "Entonces, quiero ser como un gato, y que todo esto me dé igual. Y que me de igual estar sola, y que me importe una mierda lo que la gente como tú pueda pensar de mí". 

Como un gato de cuento, he muerto varias veces desde aquel día. A veces ha sido la curiosidad lo que me ha llevado de una vida a otra. En ocasiones aún siento el roce de las invisibles cadenas del entrenamiento que, lección tras lección, se prolongó el tiempo necesario para aprender que sólo dependía de mí que siguieran allí. Las cosas me hubieran ido mucho mejor si no me lo hubiera tomado siempre tan en serio todo, lo sé: pero yo creía en la realidad de todas aquellas maravillas cuyos nombres otros sólo usan como cebo. Lo cierto es que, a pesar de todo, sigo creyendo en ella. Sigo en el camino, convencida, y cada segundo que pasa tardo menos en detectar las trampas. Hago las paces con mi vida, aunque no siempre sea fácil, y me compadezco de los tramposos, porque llegará el día en que tendrán que rendir cuentas por todo aquello sagrado que fue nombrado en vano, o se usó para propósitos desviados.

Tal vez sea hora ya de ir asumiendo que el mundo de "los que tanto saben", es las más de las veces una farsa en la que se miente más que se habla, en la que las promesas no tienen otro valor que el de poder enredarnos para que entremos en túneles por los que ellos no caben, y consigamos para ellos los tesoros que no pueden alcanzar con sus propias manos. Renunciar a su corrupción, y aprender de cada uno de nuestros pasos, de cada golpe y cada caricia que la Vida por sí misma nos da. Restablecer el vínculo, devolver la esencia a todas las formas que hace ya mucho fueron privadas de ella. Porque cuando llega al destino adecuado, el oro de las hadas no necesita desvanecerse al amanecer.

6 de julio de 2013

La locura


Emma Hauck, Carta a su esposo, 1909

Emma Hauck, con 30 años y dos hijos - de cuatro y dos años-, fue ingresada en febrero de 1909 en el hospital psiquiátrico de la Universidad de Heidelberg (Alemania), con un diagnóstico de demencia precoz (esquizofrenia). A pesar de haber obtenido el alta, debido al deterioro de su condición volvió a ser internada pocas semanas después. En agosto del mismo año, se consideró que su rehabilitación no sería ya posible, y fue trasladada definitivamente al asilo de Wiesloch, donde murió en 1920.
Emma escribió una serie de cartas, todas dirigidas a su marido ausente. Los textos se amontonan en cada página, sobreescritos hasta volverse ilegibles. En ellos se puede leer "Cariño, ven" una y otra vez, de vez en cuando alguna frase suelta, otros sólo repiten "Ven, ven, ven". A pesar de la desesperación con la que fueron escritas, ninguna de estas cartas fue entregada a su destinatario: Se conservaron en los archivos del hospital de Heidelberg, y posteriormente pasaron a formar parte de la Colección Prinzhorn. Según los registros médicos, la paciente buscaba a través de estos escritos una conexión con su hogar, con su antigua vida; sin embargo, Emma nunca pidió un encuentro real con su esposo.

Ya dejé caer en el último post que es en los momentos más luminosos cuando hay que honrar a las sombras, propias y ajenas, recordando invitarlas al banquete de nuestros bienes presentes, y entregarles la parte que en justicia merecen; para no haber de lamentar después la irrupción súbita de su ira en nuestras celebraciones...  Las cartas de Emma son prácticamente lo único a lo que pude encontrar sentido en aquella visita al MACBA donde, dicho sea de paso, nunca me pareció que fuera el lugar donde debieran estar. Tal vez por eso algo de ellas se quedó para siempre conmigo: la obsesión desesperada de Emma se convirtió en mi imagen de la la locura como desgracia, el otro lado de la inocencia, el infierno interior.
Debido a esto, cuando las personas llaman "locas" a otras personas, o incluso a sí mismas, de vez en cuando un relámpago cruza mi mente y me recuerda lo dolorosamente imprecisas que pueden llegar a ser las palabras. Cierto es que, en este punto, la discusión podría volverse eterna, entre lo que unos dicen y lo que otros quieren interpretar, y viceversa. Personalmente he llevado siempre conmigo el recuerdo de Emma Hauk y sus cartas porque, de algún modo, siempre me pareció algo que no estaba tan lejos, que era una de esas madrigueras de conejo por las que por desgracia en ocasiones perdemos a aquellos a quienes amamos, o incluso podemos llegar a perdernos a nosotros mismos.

A veces regresa a mi mente la memoria borrosa de algo que leí hace tiempo y que venía a decir que la locura es un saco diseñado por aquellso que tienen poder  para meter aquello que, de una u otra forma, con razón o sin ella, molesta. Algo que no está tan lejos de lo que la brujería fue en otros tiempos y de vez en cuando es aún en la actualidad. Otras veces camino por la calle preguntándome por la supuesta "cordura" de aquellos que pasan a mi lado, y juego a imaginar en que proporción serán "normales" y cuánto espacio quedará en ellos para ser "otra cosa". 
Y muy a menudo pienso que demasiadas cosas no tienen más locura que aquellos prejuicios que nuestro miedo proyecta sobre ellas. Porque lo cierto es que el sufrimiento que imagino en las cartas de Emma Hauck me parece mucho más cercano al de aquellos que se afanan en llevar una "vida normal" (siguiendo en la medida de lo posible los modelos establecidos, con esas excepciones toleradas que son la confirmación de toda regla),  que al precio que otras personas pagan por respetar el trazo natural de sus pasos por esta vida.

22 de junio de 2013

La venganza



Hay preguntas que aparecen en un momento cualquiera, como si fueran inocentes, y empiezan a caminar a nuestro lado.  Un día nos damos cuenta de que nos han acompañado por tanto tiempo, que prácticamente se puede decir que han crecido con nosotros, que ha habido una especie de influencia mutua, que a fuerza de descubrie y atesorar elementos para formar una respuesta, al planteamiento inicial no le ha quedado más remedio que reformularse o verse desbordado.
Hace más o menos una década alguien me preguntó qué opinaba de la venganza. Por supuesto, entonces no  le daba demasiada importancia... El tiempo se encargó de dar un sentido a aquello. Supongo que es una de esas cuestiones para las que no hay una respuesta correcta o incorrecta, sólo un posicionamiento existencial que se traduce en una guía para dirigir nuestras vidas.

Ahora puedo decir con toda seguridad que la venganza me parece un desgaste inútil y contraproducente, y que la venganza y el castigo son una y la misma cosa. Tanto el discurso oficial como el de la contra llaman a rechazar la violencia, sin embargo en nuestra sociedad se hace todo lo posible para justificar su uso, como si realmente temiéramos que la violencia pudiera desaparecer de nuestras vidas. Creo que en parte esto se debe una pereza terrible, o a la falta de imaginación y empeño en la búsqueda de auténticas soluciones. En cualquier caso, el afan de venganza me parece una de esas muestras de ignorancia a las que nos acostumbramos de tal manera que a penas notamos ya lo que son.

Demasiadas personas parecen cargar con un puñado de primeras piedras en los bolsillos, como si ellos no tuvieran nada que ver con las situaciones que los rodean y por las que se consideran afectados. A veces hay tantas piedras esperando su turno de ser lanzadas que ya no caben en los bolsillos y se tienen que llevar en las manos, impidiendo que éstas puedan hacer cualquier otra cosa. A veces hay tantas piedras que la persona que las lleva debe desistir de hacer cualquier otra cosa que sentarse a amontonar piedras, y vigilar que nadie pase por allí y se las lleve. Eso es el resentimiento.

Hay momentos en los que declaramos con condescendencia que no quisiéramso vengarnos de nadie, pero que nos gustaría que otra persona sufriera lo que nosotros hemos sufrido para comprender. La vida tiene lecciones para cada uno de nosotros, y por más que se diga, lo cierto es que el sufrimiento es un pésimo maestro. Aquello que aprendemos de las situaciones dolorosas sólo llega una vez hemos conseguido dejar atrás (o trascender) el sufrimiento, nunca  mientras lo vivimos. La experiencia del sufrimiento es completa, tiñe toda nuestra percepción de la realidad; es como una herida abierta por la que se escapa toda la fuerza con la que podríamos estar haciendo otras cosas, por ejemplo, algo que sirviera para ayudar a otro.


Lo cierto es que cuando alguien a quien queremos sufre, incluso si esto fuera un castigo merecido, quisiéramos creer en la posibilidad de que su padecimiento pudiera ser aliviado.  Si hemos pasado por lo mismo, o algo parecido, es posible que intentemos acompañarlo en el proceso, pero pronto nos daremos cuenta de que todo cuanto podemos hacer es esperar en la puerta del laberinto del que tendrá que salir por sí mismo, y sólo entonces encontrará el sentido a lo que sea que le hayamos ido diciendo mientras esperábamos. Para que las personas comprendan cualquier cosa es necesario salir del sufrimiento. El único maestro es el amor (lúcido), la capacidad de vernos en el otro, de ponernos en su piel y, al mismo tiempo, observarlo desde la distancia, tal como es, libres a nuestra vez de apegos y condicionamientos.

Nombrar la venganza es remover cosas que quedaron en el fondo, tirar de hilos que aún duelen. Por lo general no pensamos en vengarnos o castigar, pero queremos creer que la vida o la justicia divina lo harán por nosotros, que nuestro resentimiento está justificado. Y así damos vueltas y vueltas buscando el perdón - tanto el nuestro como el ajeno-, y huyendo de él al mismo tiempo, como un perro que persigue su propio rabo. La única manera de liberarnos de esta condena es aprender a soltar, a dejar ir. Aprender a perdonar y, sobretodo, a perdonar las faltas que hayamos podido cometer contra otros o -sobretodo- contra nosotros mismos, aunque fuera por ignorancia o inconsciencia. 

La culpa es más inútil que cualquiera de los errores que hayamos podido cometer. Esto no significa una trivialización de los daños cometidos, y no justifica nada; sólo subraya el hecho de que no se puede cambiar nada de lo que ya ha sucedido, y cualquier cosa que pueda hacer partirá del presente en el que nosotros, u otros, nos encontremos. Ya he dicho que se trata de una elección personal; creo de verdad que hay suficiente sufrimiento en el mundo, y que no necesitamos más.  Preferiría que las personas - yo me incluyo- pudiéramos aprender, ganar conciencia y resarcir nuestras faltas ayudando a otros a estar mejor, en vez de desperdiciar el regalo de la vida encerrándonos en el castigo, propio o ajeno.

No hace mucho hablaba con un amigo de cómo nuestras redes son más amplias de lo que solemos imaginar. Hacemos algo por alguien y esperamos (aunque no lo confesemos) que, a su debido tiempo, esta persona haga algo por nosotros a su vez. Pero la cosa no suele funcionar así. Hacemos algo por alguien, en un momento dado, porque en ese momento podemos y queremos hacerlo; a su debido tiempo el Universo nos devuelve el favor, a menudo a través de personas a las que tal vez no conocemos demasiado, pero están allí en el momento adecuado. En muchas ocasiones nos encontraremos con que no podemos devolver un favor a la misma persona que nos lo ha hecho, pero sí podremos hacer un bien a otra persona que lo necesite, aunque no la conozcamos mucho, porque estaremos en el lugar y tiempo adecuados y que nuestro turno ha llegado. Se trata de ampliar un poco nuestra área de observación e interacción.

Con el perdón sucede lo mismo, no creo que alguien que nos haya hecho daño pueda resarcirse tratando de compensárnoslo, sobretodo teniendo en cuenta que los daños reales no tienen compensación posible. Pero sería suficiente si en algún lugar de nuestra mente pudiéramos dar permiso para que esta persona tenga una segunda oportunidad de hacer el bien a otros. Esto significa dejar la puerta abierta para que cuando alguno de los nuestros, o nosotros mismos, sea el que caiga en el error, el que se vea separado y enviado a los infiernos de la propia conciencia, tenga al menos una oportunidad de volver al hogar - allí donde el amor espera con paciencia infinita - tarde o temprano.

Ayer fue el solsticio de verano. Honramos al Sol, en su esplendor, pero es mi turno de invitar también a las Sombras que lo acompañan en su viaje. Hablo de culpa y de castigo, de perdón y redención, de resentimiento y amor. Sé que alguien por ahí -y alguna parte de mí misma- me reprochará que esto suene demasiado New Age o tal vez incluso algo cristiano...  Pero también conservo la esperanza de que algún día nuestras tradiciones hagan por nosotros algo más adiestrarnos y sacarnos a pasear como perros, tirando de las cadenas que nos ponen al cuello si nos acercamos a oler unas matas alejadas del camino que trazaron para nosotros, y amonestándonos si intentamos saludar a la criatura que salga de entre ellas.
Las etiquetas me sobran. En todos estos años la vida me ha llevado a muchos lugares en los que las palabras se convierten en trampas, estamos ahora en una de esas fronteras que avanzan y retroceden, tan simple como el eterno juego del mar y la arena en la playa, del mar y el cielo en el horizonte. Fronteras que se disuelven por un momento ante nuestros ojos, para acompañarnos de la mano más allá de los límites impuestos por la apariencia de dualidad.

Y ésta, diez años después, es mi respuesta.

27 de mayo de 2013

Amor y lucidez





Hace unos días en un blog en el que se habla acerca de alimentación surgió un debate acerca de si era seguro o no usar el microondas en la cocina. Una persona nos advirtió que era muy peligroso, y pasó un enlace sobre un experimento en el que se comparaba durante diez días una planta regada con agua que había pasado por el microondas, y otra que no.  Al final, la primera planta había muerto. Como la cosa sonaba alarmista, y no había referencias en el documento, una respuesta cordial era ofrecernos a hacerlo nosotros mismos y ver lo que sucedía. Entonces la persona que nos había escrito pidió que no lo hiciéramos, y que borráramos su comentario, porque siguiendo el principio de ahimsa (no-violencia) e invocando al amor, no quería ser la causa de ningún daño a la planta.
Creo sinceramente que el comentarista tenía la mejor de las intenciones, y los comentarios se ocultaron; pero quedó la curiosidad y en un par de búsquedas rápidas por la red pude comprobar que el mito del agua-de-microondas-asesina-de-plantas había sido desmontado por la vía empírica y explicado en Snopes.com hace un año. Ninguna planta fue dañada durante el experimento de comprobación, por cierto.

Obviamente no estoy escribiendo aquí para defender el uso de un electrodoméstico, sino porque la anécdota que acabo de explicar es una muestra de lo que sucede con relativa frecuencia con las buenas intenciones y los senderos espirituales o de desarrollo personal. El principio de la no-violencia parece tener como objetivo evitar el sufrimiento innecesario, pero a veces el árbol nos impide ver el bosque. Alguien que no quería dañar una sola planta, no tiene reparo alguno en difundir una información falsa que genera un efecto de alarma en aquellos que la leen y que contribuye a las sensaciones de  malestar, desconfianza e impotencia del colectivo.  ¿Qué efecto que puede tener en una persona comer algo que le han dicho que puede ser peligroso para su salud? ¿Cuál será el nivel de culpa que podemos infundir en una madre a la que no le queda más remedio que calentar la comida de sus hijos en el aparato que le hemos advertido que puede dañarlos?  Hacer esto de manera completamente inconsciente, sin haberse detenido siquiera a comprobar la información que estamos esparciendo, ¿no es acaso un acto de violencia innecesaria sobre nuestros congéneres?

Para poder seguir el principio de la no-violencia se necesita ser capaces de discernir. Resulta fácil elegir entre lo beneficioso y lo dañino; lo difícil es, entre dos males, escoger que cause menor perjuicio. Tomar acción, y asumir las consecuencias. Si un principio espiritual nos está inmovilizando o estancando en algún punto, hay una falta de comprensión. Por ignorancia, vertemos el daño sobre nosotros mismos, y perjudicamos a aquellos que están en relación con nosotros. La vida es un fluir constante y para estar bien fluimos con ella.
Existe un apego terrible que se disfraza de virtud cuando nos negamos a quedar en deuda con el resto de los seres vivos a los que estamos vinculados, significa que de algún modo tenemos miedo a aportar nuestra parte en el juego, a entregarnos a aquello que es mayor que nosotros. Querer ponerse a uno mismo por encima del resto de seres y "perdonarles la vida", no es sino un signo de ignorancia y soberbia. Ni siquiera es por este camino por el que se renuncia al mundo. Hay una gran diferencia entre evitar sufrimiento innecesario y adoptar esta actitud tan dañina, olvidando que nuestros cuerpos también serán cadáveres algún día.

Por esto siempre me han gustado las palabras de Khalil Gibran:
Ojalá pudieras vivir bastado con la fragrancia de la tierra, y como una planta sustentarte por la luz.

Pero ya que tienes que matar para comer, y robar a los jóvenes la leche de la madre para saciar tu sed, entonces haz de esto un acto de adoración, y que tu mesa sea un altar en el cual los puros y los inocentes del bosque y campo son sacrificados por aquello que es más puro y más inocente dentro de muchos.

Cuando matas a un animal, dile en tu corazón,

«El mismo poder que te mata, me matará a mí; y así mismo seré consumido.
Porque la ley que te entrega a mi mano, me entregará a mí en la mano de otro más poderoso.

Tu sangre y mi sangre no son sino la savia que alimenta el árbol del cielo».

Y cuando aplastates una manzana con los dientes, dile en tu corazón,

«Tus semillas vivirán en mi cuerpo,
Y los capullos de tu mañana florecerán en mi corazón,
Y tu fragrancia será mi aliento,
Y juntos nos regocijaremos por todas las estaciones».

Tomamos de la Tierra y el Cielo nuestro alimento, nuestra bebida y nuestro aliento. Es verdad que podemos restringir nuestro consumo, eliminar de nuestra ingesta todo cuanto no nos es estrictamente necesario para vivir y desarrollar nuestras funciones, pero esto por sí solo no nos liberará de la deuda principal. En vez de pensar en cómo evitar la acumulación de deuda, podríamos pensar en cómo agradecer todo aquello que nos ha sido entregado, qué es lo que nos toca hacer a nosotros a cambio. Si el mundo entero se entrega de esta manera dramática para que nuestra vida siga un día tras otro en las condiciones que conocemos, lo mínimo que podemos hacer es procurar que esa vida valga la pena, que haya en ella cierta entrega al universo que la sustenta.

Posiblemente el amor sea el único camino, pero el amor en el sentido trascendente del término. Avanzamos en él, hacia él y nos romperemos y volveremos a construir mil veces antes de comprender un ápice de lo que en realidad sucede. No es el amor que podemos sentir por una persona, o un camino, o una deidad concretos; ni tampoco es un amor al que la voluntad pueda poner condición alguna. Este amor ha habitado en la suavidad de un pétalo de flor de almendro; pero ha permanecido, inalterable, mientras la tierra se bañaba en sangre. No es que deba dirigir la vida de la humanidad, es que la humanidad no puede escapar de él.

En el mundo de los hombres, este gran amor es el misterio último que late en el centro silencioso de cada cosa manifiesta. Pero el reino de las formas, en el que habitamos, tiene sus propias características. Para movernos por él necesitamos, además de buenas intenciones y benevolencia, capacidad de comprensión, discernimiento y voluntad de entrega. Necesitamos poner en uso la herramienta del intelecto, comprender cómo funcionan las cosas para poder restablecer el orden cuando se haya alterado o arreglar aquello que se haya estropeado. En su dimensión humana, el amor requiere de lucidez para no equivocar las metas (nutrir, proteger, reparar), de lo contrario sólo conduce a la confusión y a la desgracia propias y ajenas.

14 de mayo de 2013

Relevo

Arthur Rackham, Brünnhilde's Immolation, 1911




Tomé la decisión más importante de mi vida a los veinte años; si hubiera sabido entonces con certeza el camino por el que esta elección me llevaría, tal vez lo hubiera aceptado de todos modos. Fue mucho el aprendizaje, pero también fue muy alto el precio a pagar por él.  Fue un sendero hermoso como una promesa que se cumple, pero plagado de conflictos y dificultades innecesarios para un alma que no buscase en cierto modo el castigo a su rebeldía.

Mucho después de que la última batalla se extinguiera, las hogueras aún humeaban en los campos devastados. En el silencio de una noche perfumada por la primavera e iluminada por la luna, nos pareció que había sido más sencillo sobrevivir en medio de una batalla que volver a habitar la paz. El arma siempre cerca, por si acaso; los pies dispuestos a correr lejos, o a dar un salto hacia adelante; los nervios tensos al contemplar en el espejo de las aguas las heridas que no se ven de día, las que siguen allí.

No sé si un día entenderé el valor de aquel sacrificio, no sé si un día podré decir convencida que valió la pena. Sé que era de la mayor importancia para lo que una vez fui y que ha sobrevivido sólo para dejarme en esta orilla, regalándome la oportunidad de vivir de nuevo. Lo agradezco, y me pregunto qué podré hacer en adelante para honrar ese gesto. Sé que llega el momento de la despedida, y es tan difícil como necesario dejar de reconocerme en esos grandes ojos tristes en los que ahora danza el reflejo de las llamas.

3 de mayo de 2013

Guardia de noche


José Luis Muñoz, Hamlet y Ofelia, sf.

Hay noches en las que una bruja sube sola a la montaña. Algo en el aire de la tarde, cuando el sol ya no se ve pero el cielo aún no ha oscurecido por completo, que la invita a abrigarse un poco y prepararse para la guardia de noche. Enfila lento el sendero que lleva a la cima, respirando profundo el olor del bosque oscuro, los ojos entrecerrados. Bajo el canto de los pájaros no se escuchan sus pasos, avanzando por tres caminos al mismo tiempo en un solo gesto.

Desde rocas más altas que las nubes, puede contemplarse el abismo. Aquellos que dominan la luz, no temerán a las sombras, porque éstas danzarán en obediencia a sus deseos. Pero cuando empiezan a escalar desde el fondo y la rodean, tan densas y frías como si se hundiera en un insondable lodazal, el dominio de la luz empieza a quedar demasiado lejos, y regresa un temblor antiguo. 

La respiración se vuelve mas profunda, los ojos se abren y escrutan la negrura. De vez en cuando las brujas sienten la irrefrenable necesidad de subir al lugar más alto que conocen y, desde allí, reencontrarse con los monstruos que habitan las profundidades. Hacerlos volver, uno a uno, tocarlos, mirarlos a los ojos y, en un estremecimiento, reconocer en ellos un terrible reflejo de su propio ser. 

Hay noches así. Tal vez sea una manera de restablecer el equilibrio, una forma de pagar una vieja deuda o de poner a prueba la verdad que hay en lo que creen que son, en lo que creen que es su voluntad, su deseo o su necesidad.

De vez en cuando hay que conceder audiencia a los monstruos para que nos digan lo que les quedó por decir, o repitan por enésima vez lo de siempre, hay que acariciarlos, a pesar del dolor, el asco, la rabia o la tristeza que nos provoque. Comprender que ya nada del pasado importa, porque estamos fuera de su alcance. Y que nada del futuro importa, porque el futuro no es más que una ilusión. Redimir. Dejar ir. Dejarse ir.

Desfila la corte monstruosa, hogueras altas, cauces desbocados, danzas extrañas entre las luces y las sombras, fuera del tiempo. El diablo raramente habita los ojos, la piel o las entrañas; el diablo son las palabras con las que tratamos de entender el mundo, a los demás, a nosotros mismos; las palabras con las que empezamos jugando y que terminan por encadenarnos a la roca de un sacrificio a lo absurdo, a los caprichos de un mundo que se ignora con indolencia a sí mismo.

El milagro es que a pesar de estar carga podamos aún tendernos sobre la hierba verde sin buscar un significado ulterior, descansar en ese abrazo silencioso, sentir el latido de la tierra sincronizándose con el nuestro. Volver a casa sin medir el tiempo, vivir los misterios que, sólo por no poder ser contados, se han creído secretos. Siguen ahí donde los antiguos se encontraron con ellos, tan reales como entonces, siempre cerca, siempre al alcance.

20 de abril de 2013

Porque has venido han florecido las lilas...



He reencontrado hoy, subiendo la cuesta de la estación, un aroma familiar que venía a buscarme. Al levantar la vista racimos de flores lilas parecían sonreír, cómplices, desde lo alto de una verja. He recordado al instante los días en que camino al instituto mis pasos se negaban a cruzar aquellas puertas, e insistían en seguir a su propio ritmo más allá de las vías del tren, hasta llegar a la playa, desnudarse y enterrarse en la arena mientras el aire salado me alborotaba el cabello. 

Lo cierto es que no he logrado jamás reunir una brizna de arrepentimiento por aquellas fugas... Brillaba el sol de primavera anticipando la generosidad del verano, resplandeciendo sobre el mar, iluminando los callejones alrededor del viejo mercado. Las flores de la glicina y su fragancia anunciaban la proximidad de la víspera de mayo. Y en las clases a las que mi propia rebeldía no hubiera renunciado leíamos, entre otras joyas, el Poema de la rosa als llavis, de Salvat-Papasseit. 
Mientras camino, como una canción infantil o como un hechizo antiguo, vuelven a mí fragmentos de aquellos versos tras una ausencia prolongada en demasía: "Porque has venido han florecido las lilas y han proclamado su gozo envidioso a las rosas (...) Porque has venido ahora vuelvo a querer: diré tu nombre y lo cantará la alondra."   

La primavera ha regresado con una fiereza que mi memoria había descuidado. 
No hay lugar al que mi vista pretenda dirigirse que no haya sido conquistado ya por las flores; sus pétalos se mecen jugando con el viento desde los balcones y ventanas, silvestres en los campos y en las orillas de los caminos. El aire, suave, parece a menudo encantado y veo más colores entre el cielo y la tierra de los que puedo identificar, como si algún dios se hubiera dado a la tarea de devolver al mundo un esplendor arcano, desconocido incluso por las generaciones que nos precedieron.

Y se hace muy extraño pensar en el tiempo que hacía que no sentía posarse sobre mi piel una luz como la de estas tardes. Darme cuenta de cómo la he llegado a añorar, sin sospecharlo siquiera, sin reconocer la sensación ni contar con palabras capaces de describirla. 
Ahora sólo queda agradecer.


En la Tierra la primavera es una danza en la que todo parece volverse ligero y abundan, como las flores y las aves, los juegos. Perséfone regresa del Inframundo retomando con infantil felicidad los caminos que ya le pertenecían mucho antes del tenebroso descenso. Siempre es ella y la otra al mismo tiempo, y está bien que así sea. Sólo bajo la sombra perenne de pestañas empapadas en luto podía iluminarse una mirada capaz de despertar a la naturaleza entera del sueño de la muerte