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16 de agosto de 2013

Mi historia de brujas preferida

Mural en el restaurante "La Mulata de Córdoba", autor desconocido.


La mejor historia de brujas que he escuchado jamás no procede de la Vieja Europa, si no del Nuevo Mundo, concretamente del estado de Veracruz, al sur de México. Vamos a explicarla como un cuento, como se narraría tal vez en las Crónicas y Leyendas de Jerman Argueta, aunque es posible que haya más de realidad en esta historia de lo que se sospecharía en un primer acercamiento, y contenga una lección importante para cualquier bruja.

En época colonial vivió allí una misteriosa mujer cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, dado que por generaciones ha sido recordada simplemente como la Mulata de Córdoba. Dado que todo en ella parecía burlar y contradecir las estrictas reglas del mundo que habitaba, los rumores sobre su persona recorrían la ciudad. 

Se decía que era hija de un caballero español y una africana, de quienes habría heredado una  extraordinaria belleza y una pequeña fortuna. Dedicaba sus días a procurar alivio a las dolencias de los menos favorecidos; curaba las heridas de los esclavos negros y daba limosna a los pobres. Pero era por su dominio en el arte de los filtros, los ungüentos y amuletos, que iban a visitarla aquellos aquejados de males del espíritu y gentes ricas que precisaban un remedio efectivo para curar un mal de amores, protegerse de las envidias o encontrar esposo.

Por todo esto la Mulata era a un mismo tiempo admirada y censurada por sus vecinos. No en pocas ocasiones las mismas damas que acudían a solicitar su ayuda albergaban oscuros sentimientos hacia aquella mujer, en parte salvaje, que sin duda se permitía demasiadas libertades. Otro tanto sucedía con aquellos caballeros que viéndola sola, ya la imaginaban como una más de sus propiedades.  

El hecho es que si la Mulata tuvo amores, fueron éstos discretos al punto que se llegó a decir que el motivo por el que desdeñaba a los hombres, no era otro que el de haber hecho sucumbir al mismo Diablo a sus encantos. Pero un día aquí, un día allí, se dejaba ir una maledicencia acerca de ella; que en su casa flotaba un intenso olor a azufre, que de vez en cuando se la podía ver bien de noche cruzando los cielos, que quién sabía hasta que punto eran oscuras aquellas artes secretas de cuyo dominio le venía la fama.

Ya fuera debido a la amargura de una criolla celosa o al odio albergado en el corazón de un pretendiente no correspondido, finalmente las obras extraordinarias de la Mulata fueron denunciadas a la Inquisición. Cuando el Tribunal del Santo Oficio recopiló cuanto se había dicho y decía de ella, se la sentenció culpable de hechicería y pacto con el Diablo, y fue condenada a morir quemada en la Ciudad de México.

Los pobres y los esclavos por los que había hecho tanto bien lloraron su pérdida, y entre lamentos la despidieron como la familia que nunca llegó a conocer; mientras las damas y caballeros a los que había ayudado también renegaban de ella y alimentaban las habladurías, como aliviados de que aquella que conocía los más oscuros de sus secretos fuera a desaparecer de la faz de la tierra. Sin embargo, a pesar del amor de unos y el desprecio de otros, la Mulata conservó su porte sereno. Sólo de tanto en tanto sus ojos parecían brillar más de lo habitual y una misteriosa sonrisa se le dibujaba en el rostro.

La noche antes de su ejecución, en la mazmorra, pidió al carcelero que le llevara un pedazo de carbón. El hombre, sorprendido por la rareza de aquella solicitud, le aconsejó que en vez de aquello se encomendara a Dios por la salvación de su alma. Sin embargo, ante la insistencia de la Mulata, consideró que la proximidad de la muerte debía haber afectado su pensamiento y, compadeciéndose de ella, le llevó lo que pedía como última voluntad.

Antes de rayar el alba, la Mulata llamó de nuevo al carcelero y con una sonrisa pícara le mostró un barco que había dibujado con el carbón en la pared de piedra.
- Carcelero, ¿Cree que le falta algo a este navío?
El carcelero, sorprendido por lo acertado de los trazos y la riqueza de detalles exclamó:
-¡Mulata, sólo le falta navegar!
- ¡Que sea como dice! - respondió la Mulata. 

Y riendo subió al barco dibujado y navegó alejándose cada vez más, hasta desaparecer en el horizonte de carbón.